En cualquier campaña electoral, solo una persona gana. El resto no llega a la meta. Y todos ciertamente hicieron lo mejor que pudieron; lo han intentado, han invertido, han soñado, han trabajado. Pero es inevitable: todos pierden menos uno. Y su pérdida duele. Duele mucho. La victoria es la perspectiva más temida por los candidatos y sus equipos de campaña. ¿Dónde perdimos? La pregunta salta de inmediato. ¿En los medios? ¿En alguna gran ciudad o área? ¿En algunos sectores clave de la población? ¿En contacto cara a cara? ¿En las redes sociales? ¿En la calle? Perdimos en el cerebro del votante.
Como en el mito del Minotauro, la mente del votante es un laberinto oscuro. Los mensajes políticos se pierden en ese laberinto. Las campañas más efectivas son aquellas que harán que su mensaje perdure y llegue a las urnas. El camino va desde el cerebro que percibe, analiza y decide hasta la mano que deposita la papeleta de votación. ¿Qué debe hacer una campaña electoral para lograr esto? Tiene que dar señales al cerebro del votante. Señales que te guían hacia el voto. Básicamente, hay siete señales luminosas que la campaña debe encender en el cerebro del votante. Este libro analiza cada uno de ellos. Colocar estos carteles y girarlos en la mente del votante no es sólo una suma de acciones, sino una estructura, un sistema de trabajo, una manera precisa de ordenar una campaña electoral. En este esquema, la psicología política es el hilo conductor de Ariadna.