Son muchas las obras de viaje por las tierras más exóticas. Pero no hay lugar donde el viaje dure cuarenta años. Este logro, que ha logrado muy poco, ha marcado la presencia de uno de los aventureros más extraordinarios del siglo XX. Y también una de las personas más generosas y entusiastas.

Cualquiera que entre en las páginas escritas por este pionero del hielo ártico, tendrá la extraña impresión de que está inmerso en un mundo que casi se ha ido. Pero como les sucedió a quienes leyeron estas crónicas en las décadas de 1950 y 1960, viajarán en su imaginación por las tierras que se extienden desde las regiones de Akulurakeño hasta la desembocadura del Yukón.

La vida se convierte aquí en literatura y la literatura cobra vida. Los recorridos incidentales de los toboganes se entrelazan con las crónicas de la vida en la tundra imperfecta. Los retratos de personajes singulares llenos de humanidad, casi primitivos, son interrumpidos por las demandas políticas del Congreso de Alaska a favor de mejores condiciones de vida. Y todo ello con interesantes reflexiones sobre los valores y motivaciones que ponen a un hermano en el camino en cualquiera de los puntos cardinales.