Las grandes películas no suelen planificarse así; ocurren a través de una combinación inusual de talentos y cualidades. El Padrino no es una excepción. Francis Ford Coppola estaba tratando de redimir una carrera cuando comenzó a adaptar la popular novela de Mario Puzo. Lo hizo un poco. Muchos ejecutivos clave sintieron que el proyecto estaba más allá de la competencia del cineasta. Tuvieron otro director durante semanas, listo para ir a trabajar, mientras Coppola trabajaba. La solución creó muchos problemas, y fue solo con perseverancia que el director Marlon Brando y Al Pacino lograron mantenerla: todos los actores del mercado desempeñaron ambos roles. El rodaje estuvo plagado de dificultades, desde el nerviosismo de Paramount hasta la siniestra atención de unos auténticos mafiosos, que querían saber cómo eran retratados.

De un vendedor más vívido que un genio, Coppola ideó la película más icónica de todos los tiempos, la que se convirtió en el título más taquillero de la historia y, sin embargo, como modelo de esa emocionante idea posible. película y gran éxito al mismo tiempo. El gran Brando solo aparece durante media hora, pero su presencia aplastada flota a lo largo de la historia. Pacino es una obra de arte e interpretación sutil. Como James Caan y Robert Duvall. Pero hasta el último de los secundarios adquiere un verdadero carácter. El resultado es uno de los relatos más brutales y conmovedores de la vida estadounidense jamás compuestos dentro de los confines del entretenimiento popular.