En una carta a Oskar Pollak fechada en 1904, Kafka dice que “un libro debe ser como el hacha que rompe el mar helado que arrojamos dentro de nosotros” en un desierto ártico hasta que se derrita con el azul del horizonte. Sin duda es un hacha -como la hipersensibilidad, no solo por su utilidad casi omnipresente, sino como herramienta, no obvia para sí misma, para sí misma, el hacha que viene a romper el hielo tiene el efecto de solidificar el agua, pero requiere la acción proactiva de el que lo agarra y gana el mango.Un sentido de esa unidad, límpida y perfecta, que los filósofos se esforzaron tanto por lograr, que la arquitectura euclidiana, casi totémica, santuario de la verdad, en la que están registrados, fue valorada. y almacenar todos los fenómenos existentes, físicos o metafísicos. La hipersensibilidad puede entenderse como un hacha o un azadón no solo porque rompe la serenidad pascual de ese hielo a través de un cúmulo de pluralidad sin nombre y métodos infértiles de reflexión, sino porque los golpes masivos que damos a este instrumento pueden exponer el antiguo horror de la densa nieve. como le sucedió a William Dyer, el personaje principal lovecraftiano, en la meseta de Leng. Una vez que se quita la tormenta de nieve, no encontrarás una piedra cristalina para ver tu rostro reflejado, sino un totum revolutum de anonimato, egos desmembrados, falta de asombro de nombres propios o, para decirlo en palabras de Hyperstition, invasión edípica sin interferencia. .