A veces creo que estoy escribiendo el futuro. Me digo a mí mismo, ante el malentendido, las palabras permanecen. Quizás alguien los entienda ”, dice el narrador. Y, de hecho, Napalm tiene algo de práctica en el corazón de una comprensión genuina del pasado y un mapeo traumático y sentimental de un regalo problemático en busca de algún tipo de libertad.

Situada en una geografía ambigua, la primera novela de Pol Guasch retrata a unos niños que crecieron en una zona militar, marcada por condiciones de vida precarias, intolerantes con el medio ambiente a sus deseos y por familias envueltas en el exterminio. La falta de perspectivas lo domina todo, pero aún conservan la posibilidad de cegarse e incluso mitigarse, adherirse al ejército, incitar a la violencia y seguir hablando un idioma que se desmorona: el suyo. La única otra opción es huir de ese terreno desnudo. En su viaje más allá del “otro lado”, cargando con el peso del pasado en forma de carta y cuerpo de entierro, encuentran distintas respuestas a enigmas compartidos.

Ligeramente como un mosaico, escrito con precisión y belleza, hay un vívido alegato en el corazón de Napalm de las diversas opresiones que determinan tantos mundos, pero también de la delgada línea que a veces separa a la víctima del ejecutor.